En la nueva versión del cuento, es el rebaño el que cree a ojo cerrado todas las noticias falsas que le dicen, sin atreverse siquiera a dudar. Mentir se convirtió en un arma de batalla, en la opción predeterminada.
Por Jaime E. Dueñas M. editor de Impacto TIC.
En la fábula de Esopo El pastorcito mentiroso, un pequeño que cuida un rebaño engaña tantas veces a los habitantes de su pueblo alertándolos sobre la presencia de un lobo, que cuando la fiera llega de verdad y devora las ovejas nadie acude a ayudarlo, porque ya nadie le cree su pedido de auxilio.
Ojalá lo que sucede actualmente en los medios digitales tuviera el mismo ‘final feliz’ que la fábula de Esopo, pero no es así. Y digo ‘final feliz’ porque muy a pesar del sacrificio del rebaño, al mundo no le caería mal que en un momento de la vida la gente dejara de creer sin reparos en todo lo que se publica en Internet, en los sistemas de mensajería, en las redes sociales.
Pero no es así: quienes se benefician de difundir noticias falsas se aprovechan del hecho de que siempre, siempre hay personas que creen sus mentiras, de que esas personas no son pocas y de que siempre, siempre están dispuestas a ayudar a difundir su mensaje.
Tan grave como el exceso de mentirosos es el exceso de crédulos, de personas que no se toman 10 segundos para darse cuenta de la completa falta de lógica de algunas de las ‘verdades’ que creen a ojo cerrado, sobre las que ni siquiera hacen uso del derecho a dudar. Esas son el nuevo rebaño del cuento.
En las facultades de periodismo se crean monstruos que dudan de todo y aun así caen en la trampa, porque hasta los medios han sido víctimas de las noticias falsas. Y la capacidad de dudar debería ser una condición inherente a la inteligencia de cualquier ser humano, no solo de los periodistas. Pero no: la humanidad está renunciando incluso al derecho al pensamiento individual, al criterio propio (ojo, al criterio, no a la insensatez).
Irresponsables ante las noticias falsas
La sabiduría materna nos enseñaba que para que una mentira se convirtiera en verdad tenía que repetirse 1.000 veces. ¡Y en el pasado eso tomaba mucho tiempo! Hoy, una noticia falsa –una mentira– tarda minutos, segundos, en darle la vuelta al mundo y en llegar a muchas más que las 1.000 personas ‘necesarias’ para que se convierta en verdad.
En los viejos tiempos –supongo que eso no debe haber cambiado–, cuando un medio de comunicación cometía un error y publicaba una noticia falsa, se le exigía publicar la corrección, aclaración o rectificación en el mismo espacio y con el mismo despliegue de la información original. Y, de todas formas, su efecto no era el mismo: el daño ya estaba hecho, la duda ya estaba sembrada.
En los medios digitales debe suceder algo parecido: aunque una corrección, aclaración o rectificación de la información tarde lo mismo que una mentira para darle la vuelta al mundo, su efecto va a ser mucho menor. Pero, además, vayan ustedes a ver si los 150 millones de usuarios de Twitter, los 1.600 millones de WhatsApp o los 2.500 millones Facebook –potenciales difusores y amplificadores de noticias falsas– están dispuestos a difundir la corrección con el mismo espacio y despliegue de la noticia falsa original. A veces, ni siquiera les importa: “Ah, ¿eso no era cierto? Ni modo”.
La mentira ante todo
Aunque mucha gente espera que el COVID-19 haga que el mundo cambie y se convierta en un paraíso (si usted es de los que creen lo contrario, tal vez le interese este texto), la pandemia que azota al mundo también ha sido escenario para la difusión de noticias falsas, desde ‘simples e inofensivas’ (aunque en realidad no hay fake news inocuas, todas hacen algún daño) hasta graves y muy peligrosas.
Hace poco, por ejemplo, me llamó la atención la noticia del regreso de los delfines a los canales de Venecia como consecuencia de la ausencia de seres humanos en la ciudad. ¡Al fin algo bueno en medio de tanta noticia negativa alrededor del COVID-19! Pocos días después, National Geographic reseñó la información como falsa. Una noticia buena, pero falsa al fin y al cabo.
Así que la mentira es la ‘opción predeterminada’. Habitualmente con ánimo destructor, pero también para crear falsas expectativas o esperanzas (¿quizás otra forma de destruir?), lo que está de moda es mentir. (Además, parece que la mentira genera más tráfico, retuits, likes, compartidos y comentarios que la verdad).
Aquí, me robo unas palabras de Javier Méndez en una columna publicada en su nuevo medio, EmpresarioTek:
“Me cuesta mucho entender por qué alguien manda una cadena por WhatsApp en la que les dicen a los venezolanos que en las alcaldías de algunas ciudades de Colombia les van a regalar dinero. Es tan bajo jugar así con las necesidades de la gente que no puedo imaginarme las motivaciones de quien hace eso”.
Si no estás conmigo, estás contra mí
Añade el columnista: “Tampoco podemos dejar que nuestras ideas políticas nublen nuestra razón. Ahora todas las medidas que propone la alcaldesa Claudia López son malas para mis amigos de derecha y todas las propuestas del presidente Iván Duque son malas para mis amigos de izquierda. ¿De verdad hemos caído tan bajo?”. (Yo agregaría también las ideas religiosas y otra cantidad de prejuicios que circulan por las redes).
Ese es otro efecto de las noticias falsas: han llevado a radicalizar puntos de vista. Antes valoradas por su ecuanimidad y mesura, las personas que buscaban el punto medio, lo mejor de las diferentes posiciones, ahora son tibias, blandas, enemigas de los dos bandos. Si yo y mis seguidores mentimos para dañar el bando contrario, el que no piense como yo está contra mí.
De manera que no quiero ni pensar la cantidad de enemigos que me ganaría si dijera que, a mi juicio, la pandemia del nuevo coronavirus requiere acciones coordinadas desde el Gobierno Nacional, pero que en un país tan diverso como Colombia también se necesitan medidas particulares que le competen a cada gobierno local. Porque lidiar con el COVID-19 en Bogotá no es igual que hacerlo en Quibdó, Leticia o Chigorodó. Y esto no es un llamado a desobedecer al presidente ni a los alcaldes. ¡Al contrario!, es un llamado a confiar en el conocimiento y la competencia de quienes en este momento deberían estar remando juntos hacia el mismo lado, y no cada uno en su propia dirección.
Pero como es un punto de vista intermedio, blando, [su_tooltip style=”yellow” position=”top” shadow=”yes” rounded=”no” size=”default” title=”” content=”Término preferido por algunos desde las elecciones presidenciales de 2018 para referirse a los que no estaban ni con el candidato Duque ni con el candidato Petro.” behavior=”hover” close=”no” class=””]tibio,[/su_tooltip] alejado de los extremos, prefiero no decir nada… Además, todos los temas conexos –encabezados por la corrupción que tuerce el rumbo de las acciones– serían caldo de cultivo para una lluvia de piedras de los miles de libres de pecado que hay de lado y lado… (notaron el sarcasmo, ¿cierto?).
Saben tanto que… no saben nada
En medio de la pandemia también se destaca una ‘especie’ de mentirosos que incluso no saben que lo son. Son las personas que sin un conocimiento serio y profundo o basadas en un par de comentarios que han leído o escuchado, se creen expertas en la materia, tejen teorías sin sustento y tratan de convencer al resto del mundo de que tienen la razón. Algo sumamente grave en cualquier contexto, pero en especial cuando se habla de salud pública.
Esa tendencia a “sobrevalorar nuestras aptitudes sociales e intelectuales“ se conoce como efecto Dunning-Kruger, y también funciona en sentido contrario: las personas que saben mucho de algo tienden a creer que no saben tanto. Suena familiar, ¿cierto? Seguramente en su círculo de contactos (y contactos de sus contactos) en las redes sociales hay al menos una decena de ‘expertos’ en el nuevo coronavirus que han surgido de la nada. Lo curioso –pero no por eso menos peligroso– es que a lo mejor no tienen intención de causar daño, pero lo hacen.
Pero como la pandemia de crédulos también es difícil de contrarrestar, los consejos y recomendaciones son como arar en el mar. No por eso sobra hacer el intento, por lo que al menos vamos a recordar el consejo del reconocido periodista Andrés Oppenheimer con respecto a lo que él mismo llama “la basura” que circula por Internet (es el segundo tuit del hilo que aparece a continuación):
Y aquí van los videos de la rueda de prensa con @oppenheimera. 1. Cómo enfrentar el momento del periodismo actual, impactado por fenómenos como las noticias falsas. #ClaroTechSummit @ClaroColombia pic.twitter.com/yFgceXJJ9G
— Impacto TIC (@ImpactoTIC) February 28, 2020
Noticias falsas: la curva que no se aplana
Hablar de todas las aristas de las noticias falsas en una sola columna es imposible. En el Hangout de periodismo número 100 (en el que se habló de ellas y de la ‘infodemia’, entre otras cosas), el editor de Impacto TIC Mauricio Jaramillo (a quien poco le gusta que lo citemos en nuestro medio, pero esta vez es pertinente hacerlo) aseguraba que, desde su punto de vista, hoy estamos un poco más educados que hace 5 o 10 años para enfrentar la avalancha de las noticias falsas. Que si esta pandemia nos hubiera agarrado uno o dos lustros atrás, el efecto de las mentiras habría sido más devastador.
Tal vez sí. Lo triste es que, como lo hace el número de víctimas del COVID-19, el de mentirosos y sus hordas de crédulos también crece de forma exponencial, porque mentir ya no solo es una mala costumbre, sino es una de las estrategias que forman parte de las guerras sucias que se libran en (y que a veces también trascienden) los medios digitales.
Por eso, mentir es ahora la opción predeterminada. Y que ‘el pueblo’, ‘el rebaño’ se canse de oír las mentiras del pastorcito (de los millones de pastorcitos que hay en el mundo ahora) es un final que no se ve cerca.
Cuando la cuarentena termine, todavía tendremos meses por delante en los que será necesario mantener medidas preventivas para hacerle frente al nuevo coronavirus. ¿Pero cuánto tiempo más debemos tener todas las alertas puestas para evitar ser víctimas del virus de las noticias falsas? Seguro que esa respuesta ni siquiera figura en los cálculos más optimistas de la OMS… Tendremos que aprender a vivir con ellas más que con el nuevo coronavirus.
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