El proceso de transformación social y económico que se da en una sociedad por los cambios marcados en las tecnologías se conoce como revolución industrial. La Cuarta Revolución Industrial (4RI) es una realidad que está impulsando nuevas formas de gestionar todos los sectores económicos del mundo, incluido el de la educación, y que sumado a la crisis económica que está viviendo el mundo por el COVID-19, acelera mucho más su adopción.
Deloitte relizó un estudio sobre el potencial de la cuarta revolución industrial titulado The Industry 4.0 paradox: Overcoming disconnects on the path to digital transformation (La paradoja de la Industria 4.0: Superar las desconexiones en el camino hacia la transformación digital), en el que los encuestados confirmaron la apuesta que cada sector está adelantando en la transformación digital en su país. Según ellos, esta revolución está conduciendo al crecimiento de ingresos en forma de productos o servicios mejorados. El 94 % dijo que la Transformación Digital debe ser inminente y su implementación generará mejoras en la operación, porque se enfocará en la productividad utilizando las tecnologías para ser más eficientes.
Se pronostica que el impacto que tendrá la 4RI en los sectores se centra en cuatro áreas fundamentales:
- En las expectativas del usuario.
- En la mejora del producto o del servicio.
- En la innovación y liderazgo colaborativo.
- En la gestión administrativa.
Pero, ¿cómo podemos trabajar para adaptarnos a estos principios en nuestras actividades diarias, especialmente cuando se trata de la educación?
El gran reto hoy para la educación se centra en que sus líderes no solo se enfoquen en enseñar y formar, sino en aplicar todos estos conocimientos a su misma estrategia y operación. Deben evitar tomar decisiones de forma tradicional que no permita ver más allá de los problemas inmediatos, para arriesgarse a pensar estratégicamente sobre las fuerzas disruptivas y las iniciativas innovadoras que están dando forma hoy a nuestro futuro. La educación superior está siendo objeto de experimentación y reinvención desde fuera de la institución tradicional, está al borde de una generación de estudiantes universitarios que no esperan sentarse en aulas, laboratorios y espacios de ocio en una misma institución durante varios años consecutivos.
Hoy por hoy, las universidades innovadoras tienen una cultura transformadora, de cambio y de mejora continua: crean, prueban, miden, aprenden y repiten. Para poder lograr cambiar de verdad, se necesita crear e impulsar entornos de pensamiento crítico que favorezcan la inteligencia colectiva, el aprendizaje colaborativo, y el desarrollo ágil y flexible de los procesos. Las universidades deben evolucionar y generar un fuerte cambio en su interior, generar una profunda renovación de comportamientos y conductas que favorezcan una nueva cultura que fomente e impulse esta nueva realidad. De lo contrario, nunca alcanzarán el objetivo deseado de la innovación en todos los niveles organizativos; la mayoría cuenta con la tecnología, pero aún algunas tienen una mentalidad analógica y enormemente rígida.
¿Y cómo deben ser esos nuevos líderes que las deben dirigir?
Para lograr el cambio, los nuevos líderes que administren a las universidades deben dejar en el pasado el liderazgo tradicional y convertirse en gestores que abarquen e impulsen el cambio del ADN personal e institucional, que arriesguen y dejen arriesgar, que trabajen en procesos ágiles y aceleradores, que se muevan mucho más en redarquía y menos en jerarquía, que potencien el trabajo colaborativo y en red.
Las universidades de mañana tienen que ser considerablemente cambiantes, diseñadas para avanzar a una velocidad diferente a la habitual; siempre un paso delante de la competencia y del mercado. Y en ese punto, los líderes transformadores que las dirigen tienen mucho que decir y, sobre todo, que hacer. La nueva cultura no se crea de la nada, se crea desde la interiorización de los valores institucionales y compartidos por toda la institución. El desarrollo de las competencias digitales y tecnológicas será cada vez más valorado en las personas que trabajen en cualquier universidad. En un mundo cada día más conectado, se necesitan personas con múltiples habilidades capaces de gestionar el impacto que tendrá todo el auge digital. El lema deberá ser “No solo enseñar, sino también aplicar”.
Los impulsores de esta Transformación Digital deben comprenden que las inversiones en innovación disruptiva diferencian a las instituciones de la competencia. Confían, definen y usan procesos y datos estratégicos para tomar decisiones que generen ventajas competitivas frente a otros, pensamiento crítico y competencias socioemocionales como la sociabilidad, la resiliencia, la empatía y, especialmente, la flexibilidad cognitiva, que tengan la curiosidad y la facilidad de aprender, desaprender y reaprender. En un futuro próximo, las cualidades de los nuevos líderes definirán la sostenibilidad de las instituciones.
Surgirán mil excusas para no cambiar. La principal será la falta de tiempo y el temor deslumbrador por los resultados. Si se centran en los resultados a corto plazo, se olvidan de vigilar el mercado, de observar las tendencias, de incorporar nuevas ideas y negocios, terminarán fuera del juego. Hay que ser capaces de balancear el cortoplacismo con la visión a mediano y largo plazo. Invertir en procesos de futuro será la única forma de asegurarse un espacio en el mercado, implementar un sistema de adaptabilidad de la educación y no acabar desapareciendo como la mayoría de instituciones que no adoptaron la cultura innovadora, la agilidad en los procesos ni el desarrollo de nuevas competencias.
De los modelos masivos a la educación personalizada
Las universidades deben invertir en procesos de Transformación Digital en marketing y lo que ofrece la industria 4.0 a través del uso de plataformas conectadas; tener la capacidad de adaptación a la demanda de forma permanente; tener un servicio al cliente más personalizado; contar con una posventa uno a uno y con el usuario en tiempo real; diseñar, producir, ofrecer servicios en el menor tiempo; digitalizar, clasificar y extraer de manera preconfigurada los datos en la nube y disponibles siempre como servicio; tener simulación de la comprensión humana del contenido de documentos, correos electrónicos y redes sociales mediante tecnologías basadas en la Inteligencia Artificial para automatizar procesos y asistir a los seres humanos en la toma de decisiones; y analizar la información capturada desde múltiples plataformas para ser aprovechada en tiempo real será el camino.
Las universidades necesitan pasar de modelos masivos de educación a formas más personalizadas, que es lo que están pidiendo ya sus audiencias. Se requiere una educación más flexible, al ritmo de cada persona, que reconozcan los saberes de los estudiantes; no hay mecanismos para reconocer el conocimiento informal de los estudiantes, recibir a quienes están interesados en estudiar y que provienen de enseñanzas no tradicionales. El mundo todavía no tiene las condiciones necesarias para universalizar el aprendizaje y allí está el reto y en donde deben trabajar ya las instituciones.
La 4RI cierra brechas y permite el acceso en igualdad de condiciones a todos los ciudadanos, pero esto dependerá del esfuerzo conjunto del ecosistema de innovación y transformación digital que adopten las universidades, desde donde se promueva el desarrollo de competencias para el pensamiento tecnológico, crítico, creativo y el desarrollo del talento digital necesario para sobresalir en el mundo real.