Aunque poco se habla abiertamente de sexting, es una actividad más común de lo que se reconoce. Si directamente no la han realizado (o no identifican que la hayan realizado), siempre hay un amigo, conocido o familiar que lo ha hecho. ¿Han preguntado?
¿Qué es y en qué consiste el sexting? Se refiere a compartir contenido (fotos o vídeos) erótico o sexual por Internet a otras personas, en un ámbito de privacidad. Proviene de la unión de las palabras sex (sexo) y texting (enviar mensajes de texto). Así las cosas, las características del sexting pueden ser diversas, dependiendo del tipo de contenido y del medio por el cual se haga (WhatsApp, Instagram, Tinder, Telegram, Grindr o cualquier otra herramienta de comunicación por Internet). Entonces, un chat, solo de texto, con temática erótica o sexual ya es considerado sexting. Su precursor podría considerarse el sexo telefónico.
Sin embargo, es tan poco lo que se habla de este tema, que los riesgos pueden ser mayores en la medida en la que haya desconocimiento, y las consecuencias pueden ser permanentes. ¿Qué pasa cuando estos mensajes, fotos o videos llegan al espacio público sin consentimiento? Puede haber un daño psicosocial de por vida, entre otras cosas.
Por eso es necesario tener estas conversaciones, aprender y entender los riesgos asociados, así como fortalecer la Ciudadanía Digital, a través de la empatía y el pensamiento crítico. Y no solo en los entornos digitales, sino en todos los entornos. Eso sí, es necesario partir del hecho de que el sexting siempre implicará riesgos: no existe tal cosa como un sexting seguro.
Maria Juliana Soto, consultora independiente en temas de acceso al conocimiento y colaboradora de Online Acoso (un colectivo latinoamericano que ofrece información para víctimas de difusión de imágenes íntimas sin consentimiento), comparte que hay casos como el de Ana Baquedano o el de Olimpia Coral, que fueron víctimas de la difusión de imágenes íntimas sin consentimiento.
Como sobrevivientes a este tipo de violencia han logrado impulsar proyectos de activismo y leyes que le hacen frente a la violencia digital. Pero del otro lado, hay casos de extorsiones, suicidios (como el caso de Verónica), o amenazas, como sucede con la mujer que denunció en Barranquilla a un grupo de hombres que, a través de Telegram y WhatsApp, difunden imágenes y videos no autorizados, pornografía comercial y la mal llamada pornografía infantil.
El sexting como práctica, entre adultos y en un entorno privado, puede ser válido, pero riesgoso. El gran riesgo (que puede ser también un delito) aparece cuando estos contenidos se hacen públicos, cuando hay revelación no consentida de contenidos íntimos. Pero se pueden levantar barreras de seguridad, que comienzan desde el entendimiento y el acuerdo de ciertos elementos que aquí analizamos.
¿Por qué se hace el sexting?
Desde la psicología se explica que los humanos somos seres sociales y que necesitamos del contacto y la interacción social para garantizar nuestro desarrollo. “Cuando hablamos de adultos, parte de lo que encontramos con el sexting es que es una forma de expresión de la sexualidad”, comparte Viviana Quintero, psicóloga, consultora y conferencista especializada en crianza digital. Agrega que en una etapa inicial de la vida, en la niñez, se necesita del contacto parental, pero conforme avanza la edad se necesita de otras personas para tener relaciones (de amistad, amorosas, sexuales, etc.).
Sin embargo, un escenario como el de la pandemia puede influir en los tipos de interacciones sociales. “Cuando entramos en medidas de aislamiento, esa situación es totalmente anormal, no estamos acostumbrados porque nunca nos entrenamos para eso y no estamos biológicamente preparados para estar aislados. Nos cuesta muchísimo. Al tener retroalimentación social por las pantallas, entonces decimos que este es el lugar donde debería estar. Estas plataformas y ese tipo de intercambios se convierten en una fuente de ese contacto social y afectivo que necesitamos”. Pero Quintero reitera que el problema no es la práctica, sino las consecuencias que se pueden derivar de la misma. Y esto parte del hecho de que no se habla del tema y específicamente, del consentimiento y los acuerdos.
De otro lado, Roberto Martínez, analista de Seguridad Senior en Kaspersky, afirma que al hacer sexting se parte del principio de la confianza. “Cuando se hace este tipo de prácticas se asume que se están dando de forma privada, en la intimidad. El problema es que el ser humano es confiado por naturaleza y no se asumen los riesgos. Entonces, hay que asumir que siempre va a existir un riesgo de que esta confianza sea vulnerada. Bien sea por la persona, no sabes qué va a pasar con la relación a futuro y si cambie su comportamiento, o por el medio que se utiliza (teléfonos, aplicaciones, computadores, etc.) que potencialmente puede ser inseguro“, explica el experto.
Hablar de sexualidad y consentimiento (en presencial y virtual)
Desde el principio hay que hacer acuerdos, dejar claro el alcance y la responsabilidad que va a asumir cada parte involucrada en el sexting.
Viviana Quintero comparte que, en relación al sexting, en muchos casos no hay claridad en los acuerdos. Se conversa sobre la plataforma (por dónde hablan, por dónde se ven), o de la foto o video en cuestión, de qué parte o cómo quieren ver a la otra persona, pero no se habla de cómo se va a manejar esa información. “Nos han enseñado que ese tipo de preguntas pueden ser incómodas, pero no hay nada más incómodo que todas las consecuencias negativas que se derivan del sexting. [Las preguntas] pueden ser incómodas, pero te dan una capa de seguridad y te dan pistas sobre la otra persona”, agrega.
La experta señala que valdría la pena preguntarse cosas como: ¿Qué quiere hacer con esta información?, ¿para qué la está solicitando?, ¿la va a almacenar?, ¿dónde y cómo la va a almacenar?, ¿su dispositivo se conecta a una nube?, ¿usa contraseñas seguras?, ¿ha tenido este tipo de práctica antes?, ¿cómo lo ha manejado?
Si la otra persona no tiene respuestas, o las respuestas generan inseguridad, puede ser una clara pista de que puede ser no aconsejable el compartir información tan privada. Tal vez es una clara señal de que ahí no es. Hay personas con las que es apropiado hacer sexting, pero también hay otras que no están preparadas o son personas en las que no se puede confiar.
Es necesario siempre dejar claro si se autoriza o no el uso de esas imágenes de manera pública, que no se autoriza a compartir la información con otras personas o que no se autoriza a guardarla. En el caso de autorizar que se pueda guardar, entonces podría establecerse por cuánto tiempo o bajo qué condiciones. “La ley es clara y nos dice que si queremos usar los datos de alguien debemos tener una autorización (previa, libre e informada)”, explica Quintero.
Esas conversaciones de consentimiento sexual básico no nos las damos, porque tampoco nos las estamos dando en el consentimiento sexual normal, de las interacciones físicas. Es algo de lo que hasta ahora estamos aprendiendo. No tener estas charlas y clarificar sobre el consentimiento, que tengo el derecho a consentir o no, esa falta de conocimiento está relacionada con muchas de las formas de violencia sexual de la actualidad. Esto es un tema del que hay que conversar. Antes que ver la plataforma, la seguridad, la resolución de la cámara, deberíamos ver la resolución del consentimiento que vamos a dar.
Viviana Quintero
No es lo mismo sexting que difusión no autorizada de contenidos íntimos
Que este tipo de información sea publicada puede traer múltiples consecuencias. Maria Juliana Soto resalta: “Los efectos psicológicos están relacionados con angustia emocional que incluye sentimientos de enojo, culpa, paranoia, depresión, baja autoestima, pensamientos suicidas y suicidios. A esto se suma la exclusión de espacios de trabajo y personales, la filtración de datos, la autocensura en el espacio digital, la pérdida de oportunidades y el juicio y castigo moral que reciben las mujeres que son víctimas de esta violencia en la sociedad“.
De otro lado, Quintero llama la atención sobre la responsabilidad y sobre la importancia de evitar que recaiga sobre las víctimas, porque se revictimizan y hace que como sociedad se validen estereotipos que permitan que existan violencias basadas en género. Y es que justamente las mujeres son las más afectadas en estos escenarios, por lo que desde un entorno presencial o uno digital es necesario tumbar esos estereotipos a los que se refiere Viviana. Es decir, que se validen delitos por la forma de vestir o por que ‘quien la manda a enviar esas fotos’.
Las víctimas de acoso y violencia de género son principalmente mujeres o personas LGBTIQ. Internet amplifica y profundiza violencias que ya existen en el mundo offline, es por esto que las mujeres y personas LGBTQI son más vulnerables a sufrir este tipo de violencia, pues ya lo son también en el mundo por fuera de internet. Que una mujer disfrute de su sexualidad es un hecho que despierta la doble moral de la sociedad, que condena el disfrute sexual femenino y alienta el masculino. El sistema patriarcal castiga con más fuerza a las mujeres que en algún momento decidieron grabarse o ser grabadas en un video sexual que a quien rompe ese pacto de confianza y decide publicar las fotos o videos sin el consentimiento de la mujer.
Maria Juliana Soto
“Es fundamental que entendamos que cuando una persona hace sexting, la responsabildiad por consecuencias negativas nunca es de la víctima. Revelar las imágenes que fueron producidas en sexting es una conduncta inadecuada y la responsabilidad jamás debe caer sobre las víctimas, sino sobre los responsables de la divugación de esos contenidos”, dice Quintero.
No hay sexting seguro, aunque se pueden reducir los riesgos
Si ya llegó a un acuerdo y confía en la otra persona para realizar esta actividad, no olvide que siempre existirá el riesgo de que la confianza sea vulnerada. No necesariamente por una acción directa de las personas, sino por una vulneración en la que una tercera parte tenga acceso a esa información o al dispositivo que la contiene.
Maria Juliana Soto agrega que hay que tener presente que el sexting involucra 3 dimensiones que se deben tener presente:
- El registro.
- El almacenamiento.
- La publicación.
Comparte Soto que, en cuanto al registro, las claves son ocultar el rostro, marcas personales como tatuajes o lunares o lo que identifique la dirección de residencia. También es necesario revisar la configuración del teléfono para desactivar funciones como la ubicación inalámbrica, GPS y datos móviles. Y asegurarse de que el teléfono con el que se va a registrar es de la propiedad de la persona, de nadie más.
Por el lado del almacenamiento, aparecen otros elementos. En opinión de Soto, es vital procurar tener control de las copias (deshabilitar funciones de copias automáticas a servicios en la nube como Google Fotos o iCloud). Concuerda con Quintero en la importancia de preguntarse dónde están almacenadas las imágenes, con qué nivel de seguridad, quiénes tienen acceso a ellas y por cuánto tiempo se van a conservar. Y sí o sí, hay que utilizar contraseñas fuertes en los dispositivos y cuentas digitales.
Sin embargo, a la hora de almacenar pueden abrirse otros caminos. “Un gran número de personas, cuando desecha su dispositivo, no se asegura de que la información quede completamente eliminada. En algunos casos esa información puede ser recuperada. También sucede que se llevan dispositivos a reparar y hay contenido almacenado, entonces también terceros podrían tener acceso”, explica Martínez, analista de Kaspersky.
En ese sentido es necesario identificar los posibles riesgos, porque cuando un contenido (foto o video) ser hace viral, va a permanecer allí toda la vida. Hay que pensar en vulnerabilidades como el exceso de confianza, los virus y los malwares (un usuario no necesariamente sabe si su dispositivo tiene alguno) o las infiltraciones de terceros, por accidente o por delito. Por ejemplo, cuando le pagan a alguien para que acceda a la cuenta o dispostivo de determinada persona.
De hecho, un reporte de Kaspersky publicado en 2020 compartía que las mujeres estaban siendo víctimas de múltiples formas de acoso, una de ellas es el stalkerware, que se trata de acceder a las conversaciones de WhatsApp o redes sociales, acceder a las fotos o conocer la ubicación y las páginas web más visitadas. Durante 2019, Kaspersky detectó un aumento de 172 % en el uso de apps de stalkerware en América Latina. Colombia registró un aumento de 120 %.
Por último, en cuanto a la publicación y el envío del contenido, no se debe olvidar que no hay una aplicación 100 % segura. “Es importante que te informes y evalúes los riesgos de cada una. En otras palabras: sé una persona crítica y no uses cualquier aplicación, aunque sea gratuita”, señala Soto. Del lado de la tecnología, Martínez complementa y dice que “una forma de mitigar es usar medios que puedan ser más confiables desde el punto de vista de tecnología. Como las aplicaciones que usan cifrado y que permitan la eliminación absoluta y completa”.
En estos casos no es recomedable usar aplicaciones como WhatsApp, Facebook Messenger, los chats privados de Instagram o ni siquiera Telegram. Según explica Martínez, “definitivamente no hay que usar ninguna de esas plataformas, ni de chiste, porque son plataformas demasiado abiertas que comparten demasiada información”. De repente Signal podría ser una mejor opción.
¿Qué hacer si se comparten videos o fotos íntimas sin autorización?
Soto explica que las consecuencias legales son distintas en cada país. En algunos, como México, la difusión de imágenes íntimas sin consentimiento se ha tipificado como delito. En otros países, los códigos penales y las leyes en contra de la violencia hacia las mujeres son las herramientas legales con las que cuentan las víctimas para denunciar.
En Colombia existe la ley de protección de datos personales, que aplica también para estos casos. Entonces hay mecanismos que se pueden activar en caso de ser víctima de esta acción, y a su vez de delitos que se puedan derivar de esto, como la extorsión, el acoso, entre otros.
Primero, hay que tener siempre presente que una persona se puede negar a enviar este tipo de contenidos. Ahora, en caso de que se publiquen sin consentimiento, hay varias acciones que se pueden seguir varias rutas en Colombia:
- Si aparece en buscadores, se puede solicitar, por ejemplo a Google, que dé de baja esos contenidos.
- Denunciar en las plataformas de Internet (directamente en Instagram, WhatsApp, o el servicio que sea, es importante reportar los casos).
- Se puede hacer una solicitud a la Superintendencia de Industria y Comercio.
- Cuando hay otros delitos asociados, se puede reportar a la Fiscalía o al CAI Virtual; en este caso se necesitará de asesoría legal.
También existen recursos como el kit de emergencias de Acoso.Online, que cuenta con documentos y guías para ayudar las víctimas directas y a redes de apoyo (familiares o amigos) que estén acompañándoles.
Conociendo el panorama, es cuestión de decisión, respeto y confianza. No está bien compartir material de otra persona, ni mucho menos reenviar a los amigos o contactos del teléfono. Viviana Quintero comparte algunas reflexiones finales dentro de este ejercicio: “Si vamos a hacer esa migración (de llevar la sexualidad de lo presencial a lo digital) debemos ser consientes y como masa crítica deberíamos ser más responsables con la imagen del otro. Si los demás usuarios no son capaces de respetar las solicitudes y derechos, pues va a ser muy difícil que podamos tener otros espacios de interacción que además necesitamos”.
Agrega que es necesario generar empatía hacia las potenciales víctimas y parafrasea unas palabras de la citada Ana Baquedano: “El tener una imagen de una persona no es una oportunidad para destruirla, sino una oportunidad para cuidarla”.
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